miércoles, 9 de marzo de 2016

Pedrarias y Balboa


De Vasco Núñez de Balboa se sabe que llegó a América en la nave
de Rodrigo Bastidas y que posteriormente se integró como polizón a
la expedición del bachiller Martín Fernández de Enciso, empresa que
estaba destinada a abastecer a la gobernación de Ojeda llamada “Nueva
Andalucía”3. Luego de que la nave sufriera algunos inconvenientes,
Balboa comenzó a servir como guía de la expedición para dirigirla finalmente
a Tierra Firme, a la zona de los indígenas cuevas. En dicho
territorio se fundó la ciudad de Santa María la Antigua del Darién luego
de que los españoles salieran victoriosos de una batalla contra “los
indios”. Con el paso de los días, Balboa demostró ser un líder mucho
más eficiente que Enciso, razón por la cual se convirtió en el adalid
de los demás miembros de la expedición, y fue quien posteriormente,
con el apoyo de sus compañeros, expulsó del nuevo poblado a Fernández
de Enciso.Balboa y sus compañeros, que no querían recibir
órdenes de “letrados” —como lo explicarán posteriormente en
una carta al Rey—, se negaron a recibirlo y lo expulsaron. Debido a las
malas condiciones de las naves que le fueron entregadas y al precario
abastecimiento con el que fue dotado al ser desterrado de Santa María,
Nicuesa murió en un naufragio.

La muerte de Nicuesa y el juzgamiento de Balboa se convirtieron en
asuntos importantes para la Corona, pues Santa María la Antigua daba
signos de ser un territorio de grandes riquezas, en especial de oro y perlas.
Así se aseguraron de difundirlo sus primeros pobladores, sobre todo
Balboa, para justificar el envío de refuerzos a la ciudad, pero descuidaron
la magnitud de sus palabras y eludieron el consecuente efecto que causarían
en la corte del Rey español Fernando II (Núñez de Balboa, 2000):En esta provincia del Darién hay descubiertas muchas y muy
ricas minas, hay oro en mucha cantidad: están descubiertos veinte
ríos y treinta que tienen oro salen de una sierra que está hasta dos
leguas de esta Villa […].


De igual modo, el descubrimiento del Mar del Sur significó para
Balboa grandes posibilidades comerciales para la Corona. Así, cuando
el Rey fue informado por las demandas de Enciso —pues había logrado
regresar a España— de lo que había sucedido en la ciudad con
Balboa, decidió enviar a ella a Pedrarias Dávila como gobernador, con
el objeto, entre otros, de sojuzgar a Balboa, como lo da a entender Fernández
de Oviedo (1968 t. I: 206-207):
por las quejas que al Serenísimo y Católico Rey don Fernando
había dado el bachiller Enciso contra Vasco Núñez entre los cuales
siempre hacía memoría de su injusta prisión y destierro, y de la
crueldad que había usado contra Diego de Nicuesa; y por la relación
que después hicieron los procuradores del Darién, el veedor
Joan de Quicedo y el capitán Rodrigo de Colmenares, y las cartas
que contra él escribieron el bachiller Diego del Corral e Gonzalo
de Badajoz, teniente que fué de Diego de Nicuesa, e Luis de Mercado,
e Alonso Perez de la Rua, a los cuales tenía preso Vasco Núñez
acordó el Rey de enviar a Pedrarias Dávila con un hermosa armada
a conoscer de las culpas de Vasco Núñez de Balboa, e a gobernar a
Castilla del Oro, en la Tierra Firme.

Además de lo anterior, la expedición de Pedrarias debería ir también
a poblar, gobernar, conquistar el territorio contiguo a la ciudad
de Santa María —que a la llegada de la misma expedición sería llamada
Castilla del Oro—, entablar un posible comercio a través del Mar
del Sur con Cipango (Japón) y prepararse para capturar y atacar navíos
portugueses en caso de que aparecieran por las costas del Darién
(Anderson, 1944: 330).


Aristócratas.....
En contra de la prevalente noción de que la Conquista de América estuvo siempre en manos de los elementos menos educados de la sociedad española, la expedición que llevó a Pedro Arias Dávila hacia el istmo centroamericano en 1514 llevaba consigo ‘la más lúcida gente que de España haya salido', según las crónicas de Pascual de Andagoya

Los veinte buques que salían en abril de 1514 de San Lucar de Barrameda, llevaban a bordo nobles, hidalgos, militares y sacerdotes, algunos de los cuales se convertirían con los años en prominentes figuras de la historia americana: Hernando de Soto (futuro conquistador de Florida); Diego de Almagro (conquistador de Perú); Sebastián de Belalcázar (de Quito); los historiadores Gonzalo Fernández de Oviedo y Bernal Diez del Castillo y el obispo del Darién Juan de Quevedo.
Decepcionado por el resultado de los primeros 15 años de la Conquista, sobre todo el fracaso en la búsqueda del ansiado paso hacia las Indias y abrumado por los grandes problemas de La Española, con esta nueva expedición el rey Fernando El Católico deseaba impartir un giro más serio a su empresa.
Pedro Arias Dávila, de una de las mejores familias de Segovia, ligada durante varias generaciones a la Corona de Castilla, encarnaba ese nuevo espíritu que buscaba el rey para las colonias.

Los Arias, judeoconversos, gozaban de gran fortuna y aprecio en la corte. El mismo Pedrarias había sido paje de Juan II (padre de la reina Isabel) y compartido aventuras militares con Fernando y su esposa Isabel en Granada, Francia y Portugal.
La esposa de Pedrarias, Isabel de Bobadilla y Peñalosa, había aportado al matrimonio un tal vez mayor enclave en la corona, si se quiere, a través de su tía, Beatriz de Bobadilla. Esta era una de las mejores amigas de infancia y gran apoyo de la reina Isabel. Era tal la ascendencia de esta, que se decía comúnmente en la época que ‘en Castilla, sino es la reina, es la Bobadilla".
Por derecho propio, Pedrarias era un ‘súper hombre' de alta estatura, tez blanca, ojos verdes, cabello rojizo y excelente destreza en el manejo de la lanza (ganaba todos los torneos en los que participaba), por lo que en su juventud había sido apodado ‘El Galán' y ‘El Justador'.
Su fortaleza física era tal, que, a sus más de 60 años, en la campaña del norte de Africa, había sido el primero en escalar la fortaleza de Orán y Bujía, donde, según la crónica de su tiempo, ‘mató con sus propias manos al alférez moro'.

Al momento de ser nombrado gobernador de Castilla Aurífera —un territorio inexplorado que comprendía desde lo que hoy es Nicaragua hasta el norte de Colombia— Pedrarias tenía más de 70 años y arrastraba varias enfermedades. Su carácter malhumorado incluía extrañas manías, como la de llevar consigo a todas partes un ataúd, en el que se introducía cada año para escuchar una misa por la salvación de su alma.
Para la empresa colonial el rey lo había investido de gran poder, con el que debía cumplir una serie de detalladas instrucciones (las reales cédulas). Estas básicamente lo comprometían a controlar y ampliar los territorio ocupados en Tierra Firme, para lo cual debían hacerse nuevas expediciones, fundarse poblados, además de cristianizar a los nativos para cobrarles impuestos. A los indígenas que no quisiesen colaborar, previa lectura de el llamado Requerimiento, se les haría la guerra.
Aunque las cédulas hacían ver que debía evitarse el maltrato gratuito a los indígenas, esto se contradecía con el resto de las especificaciones, que ponían énfasis en obtener los máximos beneficios lo antes posible.
En forma privada, de boca del rey, Pedrarias llevaba otra instrucción: la de iniciar, previa investigación, un juicio contra un aventurero de cuarenta años que había usurpado, contrario al orden real, el mando en la población de Santa María la Antigua, en el Darién. Su nombre: Vasco Núñez de Balboa.

LLEGADA

Después de 4 largos meses, la expedición de 22 buques llegaba por fin a su destino, el puerto de Santa María del Darién, el día 30 de agosto de 1514.
Al arribo del enorme contingente de barcos, cuentan los cronistas, Balboa se encontraba en calzones y alpargatas, enseñando a un grupo de nativos a colocar correctamente un techo de paja.

Balboa se acicalaría rápidamente para recibir a los recién llegados en la playa, acompañado de algunos de los 515 colonos y 1,500 indígenas que componían el pequeño poblado.
Mal vestido, sudado y confundido, llegaría a tiempo para ver descender de la nave capitana a Pedrarias, vestido elegantemente de seda y brocado, de la mano de su esposa, y seguido de un cortejo de oficiales reales y capitanes, formados en tropa, tras el obispo y demás sacerdotes.
La llegada del nuevo gobernador supondría un cambio radical en la forma de vida de los colonos y la pérdida de la paz, tranquilidad y sentido del propósito que disfrutaban desde que Balboa había tomado el mando, por medios poco ‘ortodoxos', de Martín de Enciso y Diego de Nicuesa.
Gracias al gran carisma natural del que gozaba Balboa, españoles e indígenas habían establecido no solo relaciones cordiales sino un proceso de intercambio cultural enriquecedor. Los primeros habían dado apoyo a los caciques amigos para guerrear contra sus enemigos. A cambio, los naturales les proveían de guía, facilidades para conseguir oro y alimentos.
La llegada de 1,500 personas nuevas, con otro talante, proclives al maltrato y abusos, con armas poderosas, y dando muestras que venir a quedarse, hizo cambiar la actitud amable de los indios.

Con todo esto, se puede entender que desde el principio la relación
entre Balboa y Pedrarias fue de completa desigualdad. A lo cual
se suman dos factores que nutrieron de completa desconfianza el desenlace
de dicho conflicto: por un lado, en la corte española, Enciso
había desprestigiado la imagen de Balboa lo suficiente como para prevenir
al Rey y a la expedición, y por otro, el cargo de gobernador de
Santa María, asignado a Pedrarias, corría el peligro de ser arrebatado
por Balboa debido a la posible inconformidad de este con el enviado
del Rey.

Total, Pedrarias trajo consigo un proyecto de colonización de
gran magnitud con el que España logró un paso importante en su
proceso de “modernización” de los mecanismos monárquicos de
gobierno. Tres pliegos constituyeron la base de tal propósito: Instrucciones,
Requerimiento y Ordenanzas. A través de estos se determinaron
las circunstancias en que debía ser poblada y gobernada Santa María la
Antigua (Instrucciones), así como la manera en que debían ser sojuzgados
los indios, y lo que se debía hacer si se resistían (Requerimiento)
(cfr. Anderson, 1944: 370). En definitiva, estos tres documentos pretendieron
legitimar el proceso de conquista española. Según esto, se
entiende, por un lado, que Pedrarias —para los primeros colonos que
habitaron la ciudad como para algunas de las personas que venían en
la expedición— llegó a representar una figura de la burocracia monárquica,
puesto que de una u otra forma se apoderó de un territorio que
no había sido descubierto por él y de un poblado que no había construido.
Por otro, también puede entenderse que Balboa, por su misma
condición de soldado (al igual que los demás) y por su enfrentamiento
contra personas autoritarias como Martín Fernández de Enciso, se
convirtió en una figura de la autoridad popular.

Esta relación polarizada, que es en sí misma una metáfora (al igual
que lo son sus personajes), llegó a ser importante en esos momentos
de la historia porque ambas figuras se construyeron a sí mismos como
mitos, ya fuese a través de la imagen del “líder tirano” o la del “líder
clemente”, puesto que de alguna manera, como lo menciona Elémire
Zolla (1983: 132), la autoridad como la política son incapaces de encontrar
su justificación en ellas mismas y para ello deben hacer uso de la
experiencia metafísica, del mito4. Esta tendencia que ha acompañado
el desarrollo de la humanidad desde diferentes historias hace necesario
comprender algunas esferas de lo político desde el arquetipo,
desde los rasgos legendarios o simbólicos (Caro Baroja, 1991: 28) que
se construyen en torno a un evento o a un personaje.

Es importante esclarecer que los conflictos en Santa María no
fueron únicamente entre Pedrarias y Balboa —es más, ambos se
convierten en justificación y, simultáneamente, en emblemas del conflicto—,
sino entre los primeros conquistadores de la ciudad (los de la
primera expedición) y los recién llegados. Así, la rivalidad entre estos
dos personajes se convirtió en muchas ocasiones en un medio de manipulación
de intereses. Un ejemplo de esto fue lo que sucedió en la
retención de la Cédula Real en la que se le concedía el título de Adelantado
a Balboa, retención que, ciertamente, no solo correspondió a
Pedrarias, sino también a los cuatro miembros de la “Organización
Financiera”: al veedor Oviedo, al factor Juan de Tavira, al contador
Diego Márquez y al tesorero Alonso de la Fuente (Álvarez, 1994:
104). Otro ejemplo contundente de dicha manipulación fue la ejecución
de Balboa cuya causa, según lo cuenta Carmen Mena García
(1992), fue motivada por Andrés de Garabito —uno de los capitanes
de Pedrarias—, quien, una vez encarcelado Balboa y aprovechando
algunas sospechas de Pedrarias sobre una supuesta insurrección, le
escribió una carta al gobernador, contándole que Balboa pretendía
independizarse de él; razón suficiente para que Balboa y sus colaboradores
fueran ejecutados.

Luego de ser “ajusticiado”, la cabeza de Vasco Núñez de Balboa fue
clavada en una picota y exhibida en la plaza de la ciudad. Este hecho
condujo a aumentar la disconformidad de los pobladores respecto al
gobernador, en especial la de Fernández de Oviedo (Álvarez, 1944: 134):

No blandeó Pedrarias en nada, antes con gran pasión les respondió,
si querían que aquel viviese, en sí mismo quería que ejecutase
la justicia; y desta manera con grande angustia y dolor de todos, y
aun lágrimas de algunos, fenecieron todos cinco aquel día […].

Fernández de Oviedo dice más adelante que en el mismo “palo”
donde estuvo puesta la cabeza de Balboa, que meses después aún permanecía
en su sitio, luego fueron clavados el pie y la mano de Simón
Bernal, quien también había atentado contra la vida del gobernador.
Pero ¿cuál es la fuerza que se esconde tras esta “simbólica” ejecución?

La gran mayoría de colonos ya habían participado en otros
escenarios de guerra —donde es evidente que tales prácticas fueron
frecuentes—, es más, debemos considerar que los colonos practicaban
cotidianamente “atrocidades” semejantes con los indígenas, entonces
¿por qué este episodio es mencionado con tanta morbosidad como el
mayor crimen de Pedrarias?

Según la justicia penal de la época, la degollación “era un privilegio
de los hidalgos” a diferencia de la horca, que era considerada una
pena infame (De Las Heras, 1994: 318) por lo general impuesta en delitos
“de lesa majestad”: homicidios, ir contra la fe o contra la propiedad
(De Las Heras, 1994: 317). En este orden de ideas, la ejecución de Balboa,
que por cierto fue acusado “[...] por traidor y usurpador de las
tierras sujetas a su real corona” (Mena, 1998: 59), estuvo dentro de los
márgenes legales de la época; la exposición pública de su cabeza, contrario
a lo que se ha creído, fue una práctica no solo permitida, sino
también muy utilizada, puesto que hacía parte de los procedimientos
judiciales y políticos que garantizaban la efectividad de la política
penal: “el respeto de la ley y el desprecio colectivo del reo como del
crimen” (De Las Heras, 1994: 212). Con estas demostraciones públicas
justificadas por el mismo sistema cultural, no puede considerarse
la ejecución de Balboa como bárbara para la época.no fue la ejecución en sí, como quien fue ejecutado:
una figura política —un arquetipo, porque Balboa también lo es— que
para los españoles de Santa María llegó a representar “el poder popular”
(Mena, 1998: 59). Esta evidencia simbólica se convirtió entonces
en una contundente estrategia de intimidación del gobernador hacia
sus opositores, ya que al tener el control sobre el miedo y el dolor de
sus enemigos Pedrarias logró, de un modo u otro, la dominación sobre
ellos (de la misma forma como lo hicieron, él y los demás, con los
indígenas).

Lo especial del “conflicto” entre Balboa y Pedrarias, específicamente
en este episodio, fue que se desarrolló dentro de la normatividad
jurídica de la época, lo cual le confirió en cierto modo una “igualdad”
de oportunidades tanto a Balboa como a Pedrarias en el desarrollo
del litigio5. En otras palabras, fue un asunto de estrategias en donde
intervino el derecho, la suerte y el prestigio, que finalmente convirtió
dicho conflicto, como cualquiera de ese entonces, “en un asunto
sagrado, en un modo de medir fuerzas y de decidir el destino” (Huizinga,
1943: 290): en un juego. Entonces, ¿hasta qué punto esta forma
de asumir la vida y de relacionarse con el mundo, puede permitir profundizar
en asuntos como la guerra, la justicia o la muerte? y ¿hasta
qué punto nos puede permitir profundizar en la comprensión de una
época y una sociedad?

Los vínculos que creó Balboa probablemente fueron
con unos pocos indígenas, es más —como lo aseveran muchos
cronistas, entre ellos de Las Casas—, para ganarse la confianza de comunidades
indígenas, Balboa tuvo que apoyar militarmente la lucha
contra los enemigos de estas. Fue así como logró entablar alianzas con
los “caciques” Pocorosa, Pacra y otros9, lo que le permitió un mayor
conocimiento de la región y de sus habitantes, por ende, una mayor
movilidad y acceso a sus riquezas. Esto no debe entenderse como un
acto de bondad, sino como una estrategia de guerra y dominación.
De modo que la imagen de Vasco Núñez de Balboa no estuvo
exenta de crímenes y torturas, por lo tanto, al estar equiparada con la
de Pedrarias, no hablamos solamente de dos formas de ver el mundo,
sino también de dos estrategias de gobierno (cfr. Vignolo, 2007): con la
del primero, prevaleció el sistema de alianza y tributación con algunos
caciques junto a la explotación del territorio, ya que eran fundamentales
la información y los productos suministrados por los indígenas
para la supervivencia del grupo; con la del segundo, se dio prioridad
al tráfico de esclavos indígenas, a la expansión y explotación del
territorio (retomando tal vez la experiencia española de las colonias
africanas10), como alternativa frente a las circunstancias que atravesaba
la ciudad. Ambas estrategias produjeron daños irreparables en la
población, una de ellas fue más exitosa al convertir a los indígenas en
vasallos de la Corona, y la otra fue completamente problemática para
las aspiraciones absolutistas de los reyes católicos.

Considerando las ideas anteriormente expuestas, es válido afirmar
que los crímenes cometidos por Pedrarias Dávila fueron el reflejo
de crímenes que otros conquistadores también cometieron. Por ello, el
nepotismo, sumado a una lógica instrumentalista, fueron las mayores
acusaciones en contra suya11, puesto que ambos recursos produjeron
serios inconvenientes a las políticas de conquista de la Corona. No
obstante, estos efectos permanecieron en la conquista de América y,
como pretende demostrar este texto, se convirtieron en el producto de
la mentalidad de una época.


Pedrarias no sólo representó —y fue, como se dijo anteriormente— una figura de
nepotismo y autoritarismo frente a la de Balboa, sino que también fue
llamado hereje en varias ocasiones, especialmente por el obispo Juan
de Quevedo, franciscano que llegó con la expedición de Pedrarias.
respuesta a una orden dada por Fernando el Católico en 1506 (Severino
de Santa Teresa, 1956: 126) en la que decía
[que] los prelados fuesen inquisidores en sus distritos y que ni
los gobernadores ni las justicias seglares se entrometiesen en hacer
oficio de inquisidores; ni los dichos prelados conociesen, por vía
de inquisición, de cosas que no fuesen graves, y que para ellos los
gobernadores y ministros les diesen todo favor.
Evidencias sobre estas labores se encuentran en documentos
como la Carta del contador y el tesorero al Rey (Severino de Santa Teresa,
1956: 124):
Sobre sacar a uno de la Iglesia, dice, llamó el obispo al alcalde
mayor [Gaspar de Espinosa] que era un judío hereje y en los sermones
y fuera de ellos dizque dixo palabras injuriosas al tesorero.
Y en Mesa (1986: 36-37) se lee:
Otras acusaciones contra él se levantaron se refieren a que,
en ausencia del gobernador, tomó medidas de justicia contra un
cirujano converso.
Pero según Mena (1992: 137), todas estas inconformidades trascendieron
y llegaron a los oídos del Rey, quien, a causa de la desconfianza
que empezó a tener en Pedrarias, decidió enviar en su reemplazo un
nuevo gobernador llamado Lope de Sosa. No obstante, de Sosa murió
a la llegada de su flota al Darién el 7 de mayo de 1520.
Volvemos aquí, nuevamente al asunto de Pedrarias como arquetipo,
donde no solo representa la imagen del tirano que ajusticia a
Balboa, sino que, además, es “el judío” que ejecuta al “buen cristiano”.
La religión, en este sentido, es una dimensión importante que permite
ampliar las imágenes que circunscriben la personalidad de Pedrarias.
Así, “El Gran Justador”, a pesar de su condición desventajosa respecto
a su “pureza de sangre”, supo mantener su posición de poder, su prestigio
como “buen guerrero” y como “buen caballero”, a costa no solo
de sus estrategias militares, sino también de las formas en que logró
sortear las circunstancias adversas durante su vida, hasta llegar a obtener
la gobernación de Nicaragua y asegurar la vida de sus herederos
en tierras americanas.Es evidente que Pedrarias fue —y aún hoy lo es— una figura que
se sitúa en la frontera de una cultura donde los límites se desdibujan.
Pedrarias es precisamente eso, un personaje que transita entre dos
épocas y dos formas de experimentar el mundo. En cuanto arquetipo
de su época, Pedrarias reúne todos los ideales de un hombre medieval
como sus sentidos más humanos, más reales. Pedrarias es un hombre
que oscila entre las imágenes del caballero y colonizador ejemplares,
y las de hombre bárbaro y corrupto; entre el romanticismo caballeresco
y la crudeza y realismo militares; entre el “oscurantismo” medieval
y la “luminosidad” de la “modernidad”. En este sentido, lo que encarna
nuestro personaje es la “tipificación” de lo que llama Carmen
Mena (1993: 190) la “Epopeya de las Indias”, donde la violencia, la razón
instrumental y el individualismo fueron las manifestaciones más
patentes del nuevo espíritu de una época; ese espíritu en el que sin la
violencia, sin el fanatismo y la intolerancia, “no hay entusiasmo ni eficacia”
(Emerson, citado en Huizinga, 2005: 144).

Este tipo de violencia que se vive desde los límites de la cultura,
pero que se reproduce, se construye y se justifica dentro de esta,
no puede entenderse dentro de una irracionalidad injustificada sino
dentro de la misma lógica que la sustenta. De ahí que la presencia del juego, como instrumento cultural mediador de lo prohibido y lo legítimo,
Es decir, de la “libertad” y la norma, se convierta en un interesante
espacio epistemológico para estudiar las formas en que se asimilaron las nuevas condiciones sociales, políticas, económicas y psicológicas resultantes del proceso de colonización. Pues fue a partir del juego que se logró reafirmar lo ausente desde la simulación, como digerir la perturbación y el miedo desde la degeneración del otro.





Aunque en un principio, Pedrarias y Balboa intentaron mantener las apariencias, la desconfianza entre ambos hombres era demasiado fuerte.
Mientras que el primero temía acabar como Ojeda o Nicuesa, Balboa sospechaba de los poderes establecidos y de su capacidad para tronchar su autonomía y sueños de aventuras y conquistas.
Los meses siguientes, Pedrarias se mantuvo esperando que el rey le hiciese llegar las instrucciones para hacer finalmente el juicio a Balboa por sus delitos pasados. Sin embargo, para su sorpresa, el 20 de abril del año 1515, llegarían a Santa María dos carabelas portando órdenes reales muy diferentes: Balboa había sido nombrado gobernador de Panamá y Coiba y Adelantado del Mar del Sur, un título de gran prestigio en reconocimiento al descubrimiento de este mar, en septiembre de 1513.
En su carta, el rey le pedía a Pedrarias que favoreciese a Balboa y que se dejase aconsejar de él, que tanta experiencia tenía ‘en las cosas de Indias'
Las nuevas consideraciones dadas por el rey a Balboa no gustaron nada a Pedrarias ni favorecieron la relación entre ambos, que durante los próximos cinco años de convivencia en Darién, mantedrían una clara enemistad, con sus altas y sus bajas.
Ninguno de los dos cejaría en su empeño de convencer al rey de los defectos del otro. Los Archivos de Indias recogen las cartas enviadas en que ambos se acusan mutuamente de envidia y avaricia. Balboa, por su parte, añadía a Pedrarias las acusaciones de vago, viejo y enfermizo y de no castigar los desmanes de sus capitanes.
A la muerte del rey Fernando, los enemigos de Pedrarias, encabezados por fray Bartolomé de las Casas, lograrían convencer al nuevo monarca, Carlos I, de la maldad de Pedrarias.

El rey acordó sustituirlo por el entonces gobernador de Canarias, Lope de Sosa.
Como es de esperarse, al conocer de su próxima destitución, Pedrarias culpó a Balboa y en el mes de enero de 1519 entabló acusación por rebeldía en contra de èl.
Después de un proceso oscuro llevado a cabo por Gaspar de Espinosa, alcalde de Santa María la Antigua, el adelantado fue decapitado junto con un grupo de sus más fieles seguidores.
La última de sus faltas había sido poner a circular en la colonia unas cartas falsas del rey, para favorecer su viaje de conquista del Perú, tierra dorada y soñada por él durante muchos años.
Su injusta (?) ejecución, el 15 de enero de 1519, con tan altas promesas y posibilidades, acrecentaría y mitificaría su figura, no exenta de faltas.
Por su parte, el que algunos han llamado un ‘el malvado más amado por el destino', tuvo mejor suerte.
El barco que transportaba a Lope de Sosa llegaría a la colonia el 18 de mayo de 1520, portando su cadáver. Había fallecido un día antes de desembarcar.
Pedrarias sepultó a Sosa en la catedral con la mayor solemnidad y honores y siguió provisionalmente como gobernador interino. Pero tuvo la astucia de enviar a España a su esposa y a su hijo Diego, con un gran cargamento de perlas, para que estos convenciesen al rey Carlos de mantenerlo como gobernador.

El rey, empeñado en su Guerra de las Comunidades, en España, lo confirmó en el puesto en septiembre de ese año.
Finalmente, Pedrarias sería removido de su puesto. Pero lograría ser enviado a Nicaragua, donde gobernaría desde marzo de 1528 hasta su muerte, el 6 de marzo de 1531, en la ciudad de León, a los 91 años de edad, por "vejez, pasiones y enfermedades".
En Panamá, el apodado ‘Galán', ‘Justador', o la ‘Ira de Dios', según De las Casas, haría importantes aportes como la fundación de la ciudad de Panamá y la de Natá, así como la construcción de un camino entre la costa pacífica y la caribeña. También hizo expediciones de reconocimiento.
Sin embargo, durante siglos, Pedrarias ha pasado a encarnar todas las ‘leyendas negras' de América, al punto de ser considerado por algunos historiadores como ‘el personaje más odiado de la Conquista'.

En el año 2000, cuando se descubrieron sus presuntos restos en Nicaragua, junto con los de un subalterno llamado Hernández de Córdoba, a quien había hecho decapitar (¿suena conocido?) el Ejército de Nicaragua honró con 21 cañonazos los restos de Hernández de Córdoba. Los de Pedrarias no solo no recibieron este honor, sino que fueron sepultados a los pies de aquel.

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‘Pedrarias Dávila temía la juventud, carisma y habilidad política de Vasco Nuñez de Balboa. También, su pasado como ‘usurpador' del poder'

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‘En el año 2000, los restos de Pedrarias fueron descubiertos en la ciudad de León, para ser colocados a los pies de Hernández de Córdoba' Conquistador a quien Pedrarias durante su Gobernación, mando decapitarle..igual que a Balboa...Ironías que tiene la Historia ....

En el umbral del Nuevo Mundo”






















Los primeros asentamientos españoles en el continente americano de fines del siglo
XV y comienzos del XVI se establecieron en zonas tropicales del mar Caribe, desde las
Antillas hasta las costas del continente suramericano y Panamá. El espacio caribe, región
geohistórica con rasgos bien definidos desde antes de la invasión europea, se articula
en torno a un mar interior —el Mediterráneo americano— que baña unas tierras de límite
imprecisos, de una geografía de la que por aquel entonces se sabía muy poco. Allí los
españoles persiguieron con denuedo viejos mitos y fantasías medievales, como la isla de
la Antilia o de las Siete Ciudades, o la Fuente de la Eterna Juventud. 


Esta fue la puerta entrada por la que Occidente ingresó en América, un espacio vertebrador de hombres y proyectos y más tarde pieza clave en la geopolítica de los imperios atlánticos.


En este amplio marco geográfico, que comienza a ser explorado en 1492 por Cristóbal
Colón y sometido en expediciones sucesivas, las islas de las Antillas, situadas en el extremo
del corredor de los vientos alisios y de las corrientes marinas, se benefician de su privilegiada
posición geográfica y de su temprana anexión. En especial Santo Domingo, bautizada con
orgullo como La Española, que debe ser considerada sin ninguna duda como “el umbral del
Nuevo Mundo”, tal fue el destacado papel que le correspondió desempeñar. Durante los
primeros años de la presencia española en América, la isla de Santo Domingo, en donde
los Reyes Católicos instalaron el centro civil y religioso de la administración colonial, fue un
laboratorio experimental de hombres e instituciones, una especie de microcosmos de la
historia americana en donde se anticipan y acentúan muchos de los procesos que más tarde
se observan en otros espacios y recorridos históricos de las Indias. Puerto de descarga de
pasajeros y mercancías y cita obligada de cuantos acuden a las Indias, La Española acoge a
navegantes, funcionarios, religiosos y aventureros, todos ellos movidos por sueños de riqueza,
gloria y fama o por afanes misioneros sembrados de utopías evangélicas. Como un curioso
capricho del destino, por algún tiempo conviven en un mismo escenario y época histórica
los protagonistas más famosos de esta gran aventura, personajes únicos e irrepetibles como
Cristóbal Colón, descubridor del Nuevo Mundo, Bartolomé de las Casas, el incansable defensor
de los indios, Alonso de Ojeda, explorador malhadado y frustrado gobernador, Hernán
Cortés, conquistador de México, Francisco Pizarro, conquistador del Perú, Juan Ponce de
León, descubridor de la Florida y conquistador de Puerto Rico y también, claro está, Vasco
Núñez de Balboa. En estos momentos, cuando comienza la cuenta atrás del nuevo siglo,
todos ellos son personajes anónimos que comparten proyectos de gloria y riquezas y luchan
con entusiasmo por hacerse un lugar en la historia. Muchos proceden de las tierras fronterizas
de Extremadura, guerrera y laboriosa cuna de hombres valientes, patria chica de tantos
conquistadores, como Hernán Cortés y su primo Francisco Pizarro, como Vasco Núñez de
Balboa y tantos otros que engrosan una lista tan larga como famosa.
En todo este proceso participó durante algunos años Vasco Núñez de Balboa y lo hizo
con escaso éxito a juzgar por los breves apuntes que de él se han conservado. Como
encomendero y regidor en la pequeña villa de Salvatierra de la Sabana, no es difícil
imaginarlo,como al resto de los vecinos, beneficiándose de las rentas que les proporcionaban
algunos conucos de yuca y de las piaras de cerdos que engordaban, según
Gonzalo Fernández de Oviedo, con sorprendente rapidez en aquellas latitudes. O tal
vez, como sugiere K. Romoli, se contagiase de la “fiebre del oro” que llevó a algunos
hombres a enriquecerse y a otros a la más profunda ruina.

Por cualquiera de las vías señaladas, en muy pocos años el extremeño acumuló numerosas
deudas. Estaba arruinado y sufría la presión de sus acreedores que lo conminaban
con impertinentes requerimientos a abonar las cantidades pendientes. Un buen día
llegó a sus oídos una esperanzadora noticia: Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa, dos
hidalgos avecindados en La Española —flamantes titulares de dos nuevas gobernaciones
de límites imprecisos—, andaban reclutando hombres para una nueva expedición que
exploraría las costas de Urabá y Veragua, precisamente las tierras que él había visitado
años atrás en compañía de Rodrigo de Bastidas. Era la ocasión que estaba aguardando
para abandonar aquella especie de ratonera, gobernada ahora por el virrey Diego Colón,
el hijo del Almirante.

En noviembre de 1509 parten de Santo Domingo Alonso de Ojeda y Diego de Nicuesa
camino de sus respectivas gobernaciones. Un año antes, 1508, firmaron unas capitulaciones
por las que se comprometían, como ya se ha dicho, a explorar y fundar en las
tierras de Urabá y Veragua. El rey Fernando se ofrecía a pagar el pasaje y alimentos por
cuarenta días a 200 hombres reclutados en España y lo mismo, pero sólo por quince
días, a 600 vecinos de La Española, proporcionándoles a cada uno armas y municiones.
En la hueste de Ojeda va un soldado desconocido hasta ahora: Francisco Pizarro. Como
lugarteniente lleva a Martín Fernández de Enciso con quien va otro joven y ambicioso
aventurero: Vasco Núñez de Balboa. Después de una amarga experiencia conjunta en
Cartagena, ambas expediciones se dividieron, cada una en busca del territorio asignado.

Nicuesa tardó nada menos que tres meses en recorrer setenta leguas, justo hasta llegar
a Careta, el cacicazgo indio vecino de los del Darién, seguramente porque, como anota
Pedro Mártir, navegó siempre sin perder de vista la costa. Nicuesa fracasó en su intento
de explorar la costa de Veragua, visitada por Colón, y acabó completamente despistado
y errático en la costa de los Mosquitos (Nicaragua) en donde perdió su carabela y
alrededor de sesenta hombres. Unos murieron de fiebres o de necesidad, otros a consecuencia
de los ataques de la indiada y el resto sobrevivió a duras penas deambulando
como fantasmas en busca de alimentos.

La llegada de Balboa al golfo de Urabá no tuvo nada de espectacular. Ya en plena
madurez estaba arruinado y antes de ingresar en prisión por las deudas contraídas decidió
escapar de la isla a bordo de un barco, como un vulgar polizón, escondido entre
los pliegues de una lona o en un tonel de harina, pues las versiones difieren. Lo ayudó
su fiel amigo Bartolomé Hurtado, quien portaba el tesoro más preciado de Balboa: su
perro Leoncico. Afirma Bartolomé de las Casas que cuando Balboa zarpó a la Tierra
Firme era mancebo de hasta treinta y cinco o pocos más años, bien alto y dispuesto de
cuerpo, y buenos miembros y fuerzas, y gentil gesto de hombre, muy entendido y para
sufrir mucho trabajo. El futuro descubridor iniciaba ahora un viaje sin retorno.
Las naves del bachiller Martín Fernández de Enciso, el lugarteniente de Ojeda, que
habían quedado rezagadas de la flota, haciendo provisiones de hombres y víveres, zarparon
de Santo Domingo, probablemente a mediados de 1510. Una vez en alta mar,

Balboa salió de su escondite con gran asombro de la tripulación, desatando de inmediato
la ira del bachiller Enciso. Éste juró que lo echaría en una isla despoblada, pues
merecía muerte por las leyes. Apaciguado los ánimos, los barcos continuaron su singladura
hasta llegar a las costas de Cartagena. A la altura de isla Fuerte,contemplaron a
babor la llegada de un misterioso bergantín repleto de hombres harapientos. Los dirigía
un tal Francisco Pizarro. Eran los supervivientes de San Sebastián, un precario establecimiento
que Alonso de Ojeda había intentado fundar en el golfo de Urabá sin ninguna
fortuna. Regresaban a Santo Domingo porque el gobernador Ojeda, después de ser
herido por las flechas envenenadas de los indios, los había abandonado a su suerte. El
bachiller Enciso, quien como ya dijimos fungía como lugarteniente del gobernador de
Urabá, les impidió que cumplieran sus propósitos y asumiendo la jefatura dio orden a
todos ellos de regresar al fortín de San Sebastián.Expediciones y conquistas en Tierra Firme.Fundaci ón de la primera ciudad espa ñola en tierrascontinentales : Santa María de la Antigua del Darién
La llegada de los españoles al golfo de Urabá pone en marcha un nuevo proceso de
dominio: la conquista de Tierra Firme. En el territorio selvático del Darién, que comparten
actualmente Colombia y Panamá, se abre una nueva frontera, la primera de toda la
América continental en donde, como veremos, se repite la desoladora situación vivida
años atrás en Santo Domingo. Los españoles —unos ciento ochenta hombres—, liderados
ahora por Enciso, regresaron a las tierras de los feroces urabaes y encontraron que el
poblado de San Sebastián había sido destruido por los indios. Sin alimentos, enfermos y
desesperados buscaron el modo de escapar de aquel infierno. En estos críticos momentos
surge una propuesta esperanzadora: Yo me acuerdo,dijo el polizón Balboa, que los
años pasados, viniendo por esta costa con Rodrigo de Bastidas a descubrir, entramos en
este golfo y a la parte de occidente, a la mano derecha, según me parece, salimos en
tierra y vimos un pueblo de la otra banda de un gran río y muy fresca y abundante tierra
de comida y la gente de ella no ponía hierba en sus flechas. Así lo refiere Bartolomé
de las Casas, quien atribuye a Balboa la propuesta de trasladarse a la costa occidental
del golfo, convirtiéndose con este gesto en el salvador de un grupo de desesperados e
iniciando con ello su liderazgo. Era precisamente en este punto donde comenzaba la
gobernación de Veragua confiada a Diego de Nicuesa.